viernes, 15 de junio de 2012

MI SUEÑO DE AFROBRASILEÑA ERA IR A ÁFRICA… Nilma do Carmo de Jesus


Soy Afrobrasileña, del estado de Minas Generales. En los años 80 sentí un fuerte llamado a la vida misionera. Hacía parte de la pastoral  Afro juvenil. Era catequista para la confirmación y  operaria en metalúrgica. Soy la primera de 4 hermanas. En mi familia aprendí a vivir los valores humanos y cristianos pero también las Comunidades de Base contribuyeron  para que yo creciera en la fe y en el compromiso con los más pobres y excluidos de la sociedad. Ha sido en un contexto de situación de periferia que mi vocación fue madurando. Mi trabajo en la parroquia de Jesús Operario y la presencia de los misioneros Combonianos dieron una gran contribución para que yo me decidiera a seguir a Jesucristo en la Congregación de las Hermanas Misioneras Combonianas. Fue la pasión de Daniel Comboni por África que determinó mi opción por esta congregación.

Mi sueño, como Afrobrasileña, era ir a África para agradecerle por todos los valores y por la herencia cultural recibida de parte de mis antepasados. En mi tiempo de formación tuve la oportunidad de rever mis motivaciones profundas que me llevaron a esta decisión. Percibí que la alianza con Jesucristo en la vida religiosa misionera Comboniana y mi sueño iba perfectamente en sintonía. La palabra de Dios que me acompaño durante esos años fue: “vayan por todo el mundo y hagan de todos los pueblos mis discípulos…yo estaré con ustedes todos los días hasta los confines del mundo.” (Mat. 28:19-20)

Mi vida misionera está tejida con los hilos de la interculturalidad. Los primeros años de misión estuve en la República Centroafricana, tiempo de aprendizaje, de escucha y de presencia. Los  primeros cuatro años trabajé en una parroquia a la periferia de Bangui. Me sentí hija de aquella tierra, acogida, amada y desafiada; ahí traté de dar lo mejor de mí misma. Era una misión dinámica con varios frentes de acción. En esa parroquia tuve la alegría de celebrar el primer centenario de la evangelización de la República Centroafricana, celebración en la que he sido enviada a la misión de Kembe, en la región este del país. Me gusta hacer memoria de una canción que dice: “Partir es morir un poco, pero ir para anunciar la Buena Nueva, es encontrar la vida”. 

Convencida de que encontraría la vida en Kembe, cogí mi maleta me puse en camino. En ese proceso de encuentro con la vida, comencé mi trabajo en la Pastoral de la Educación y con las mujeres. El encuentro con niños, jóvenes, mujeres y adultos en general, ha dado un toque diferente a mi vida. Sentía que la pasión de Daniel Comboni habitaba en mí y en mi comunidad. Me sentía casa vez mas seducida por la misión y como Jeremías continuaba a repetir: “Me sedujiste Señor y yo me dejé seducir”. (Jeremías 20,7).



Después de cuatro años en Kembe, de nuevo tomo mi maleta y me pongo en camino atravesando las fronteras de la Republica Centroafricana, rumbo a un nuevo país, el Chad.
Como todo inicio fue marcado por un tiempo de aprendizaje de la lengua local, el sara . Trabajé en la Educación y en la Pastoral de una Iglesia joven y prometedora, con un pueblo determinado, luchador y de buenos principios y valores. Con este pueblo di continuidad a seguir tejiendo mi vida misionera con los hilos de las diferentes lenguas, diferentes formas de vivir y concebir la vida. Ha sido un tiempo muy rico, porque experimenté fuertemente que es el Señor el protagonista de la misión. Mi misión en el Chad fue muy corta pero suficiente para decir que valió la pena, a pesar de las innumerables malarias. Después de esos diez años en tierras africanas, regresé a Brasil para beber de mi propio pozo. Trabajé con los pueblos Indígenas Tupinikim y Guarani, en la provincia del Espíritu Santo. Aquí también mi misión fue en el campo pastoral y educativo. Tuve  también la oportunidad de dar continuidad a mis estudios. Estos siete años de misión entre los Tupinikim y Guarani fueron un regalo de Dios.
La vida misionera es muy dinámica y nos pone siempre en camino. Una vez más el Señor me envió para las tierras sagradas y bendecidas del continente africano, donde continué a manifestar mi gratitud a nuestra madre África. En esta ocasión he ido para la región oeste con los pueblos Pigmeos y Bantús. El trabajo de adaptación continuó esta vez en la selva, en una dinámica de interacción y aprendizaje. Tengo recuerdos bonitos de compartir, de solidaridad, de sencillez y de donación. Con estos pueblos compartí mi vida durante otros cuatro años.

El año pasado 2011, el Señor me trajo de vuelta a Brasil para asumir un nuevo ministerio, el de liderar entre mis hermanas Combonianas y con la certeza de que el verdadero líder es el Señor.



En mis 23 años de vida consagrada en la congregación de las Misioneras Combonianas, me siento llena de gratitud a Dios por haberme llamado en esta congregación y a los pueblos por todo lo que viví y aprendí de ellos. Hoy puedo admirar la belleza de tantos hilos de colores entrelazados y tejidos por los Dedos de Dios, los míos, los de mis hermanas y los de diferentes pueblos con quien viví.  Un gracias al Señor, a mis hermanas, a mi Madre África, a mi Padre Brasil, gracias familia de Dios. 

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